LAS
ALFOMBRAS VOLADORAS
Esta es la
historia de un niño que se llamaba Iqbal.
Iqbal vivía en un
pueblecito de Paquistán, un país que está al lado de la India, en Asia.
Ya de muy pequeño,
Iqbal soñaba con las aventuras de Aladino, y en las de todos aquellos
personajes de los cuentos que sabían volar en las alfombras voladoras.
En el pueblo donde
vivía Iqbal las alfombras tenían mucha importancia, ya que mucha gente
trabajaba en una fábrica de alfombras que había allí.
A veces Iqbal se
aproximaba y, desde el exterior, se extasiaba mirando la lana coloreada acabada
de teñir cuando la tendían al sol. Y cuando contemplaba las alfombras ya
terminadas, soñaba que vivía aventuras fantásticas montado en una alfombra voladora. Iqbal era
muy pequeño y tenía una gran fantasía.
Los padres de
Iqbal eran muy pobres. Un día, su madre le dijo que era necesario que fuera a
trabajar a la fábrica de alfombras, porque su padre debía dinero al amo de la fábrica
y no se lo podía devolver.
Iqbal veía a su
padre y a su madre muy tristes, y él estaba desconcertado. No entendía su tristeza,
porque pensaba que era una suerte poder ir a la fábrica y hacer el mismo
aquellas alfombras tan maravillosas.
Al cabo de unos
días, el amo de la fábrica lo fue a buscar. Entonces, Iqbal, viendo la profunda
tristeza de sus padres, tuvo un mal presentimiento, y el miedo y la angustia se
apoderaron de el. Pero, tragándose las lágrimas, tuvo que despedirse de sus
padres y partir para la fábrica.
Cuando llegó, el
amo le mando entrar en una nave, poco iluminada y mal ventilada, en la cual muchos
otros niños trabajaban sin descanso tejiendo alfombras.
A partir de
entonces, Iqbal apenas vio el sol. Era un niño, pero todos los días se los
pasaba enteros tejiendo alfombras,
moviendo sus pequeños dedos tan rápidamente como podía, porque si no se
apresuraba el amo se enfadaba. Pero, a pesar de todo, Iqbal aún soñaba, y
es que sus sueños
se habían convertido en lo único agradable en su vida. Soñaba despierto mientras
trabajaba; soñaba que un día, montado en una alfombra, se escaparía de la fábrica,
y con sus padres viajaría a lugares lejanos y maravillosos.
Pero al amo todo
esto no le gustaba nada. Decía que mientras Iqbal soñaba despierto los dedos se
le dormían, y que si los dedos no trabajaban con ligereza tardaba más en hacer
las alfombras. Cuando Iqbal o sus compañeros se distraían, el amo los castigaba
severamente; quería que Iqbal y el resto de los niños hicieran muchas
alfombras, ya que cuantas más hacían más dinero ganaba él.
Para Iqbal cada
día eran más insoportables el amo y la fábrica. Y un día se escapó, completamente
decidido a no volver jamás.
Pero Iqbal no
olvidaba que había muchos niños que continuaban trabajando en la fábrica de alfombras.
Él entonces sólo tenía 12 años, pero empezó a moverse, a protestar y a proclamar
por todas partes que era una vergüenza que los amos de las fábricas de alfombras
hicieran trabajar a los niños de aquella forma.
Iqbal, además, se
enteró de que, a pesar de que estaba prohibido, en su país era un hecho
generalizado el trabajo infantil en las fábricas de alfombras. Las leyes del
país no lo permitían, y menos aún en aquellas condiciones tan duras.
Mientras, otros
niños, viendo su ejemplo, también empezaron a protestar... e Iqbal volvió a
soñar de nuevo, pero esta vez las alfombras de sus sueños diseminaban por todo
el país las denuncias y las quejas contra los amos de las fábricas de alfombras
Los amos se
enfadaron mucho. Para ellos era normal el trabajo infantil, les salía muy
barato. O gratis, como en el caso de Iqbal y de los niños que trabajaban para pagar
las deudas de sus familias.
¡Y ahora Iqbal lo
quería impedir! ¡Y encima animaba a los otros niños a protestar! ¡Sí, Iqbal estaba
a punto de conseguir que el gobierno del país se viera obligado a hacer cumplir
las leyes que impedían el trabajo infantil!
El final de esta
historia es muy triste: Era un ida de fiesta. Iqbal montó en su bicicleta y se
fue al río, a encontrarse con sus amigos. Pero no llegó nunca... porque una
bala asesina tiñó de sangre sus alfombras voladoras.
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